Misionera
Las series del futuro
por Catriel Nievas
10 horas de líneas de tiza, es la primera serie del futuro pero en el presente, un primer impulso hacia otra forma de concebir la espacialidad y temporalidad que nos atraviesan, la forma que tenemos de relacionarnos con las cosas y construir nuestras narraciones individuales y colectivas.
La lógica de la narración clásica o aristotélica (principio – nudo – desenlace), pronto quedará desvanecida y será reemplazada por las series del futuro que no tienen una única direccionalidad o linealidad narrativa, sino al contrario, tienen varias que se trazan en el tiempo y el espacio como redes de permanencia y vectores que indican caminos hacia distintos tipos de desiertos de significados.
Ni las series más novedosas de Netflix logran escapar de la seguridad y confort que nos da una narración con un clímax, una ruptura amorosa, la muerte de un personaje principal (un familiar, un amigo) o con un giro inesperado (sorpresa en la trama). Quedar atrapado por la serie es sinónimo de éxito para la misma, pero también es sinónimo de referencialidad a nuestra propia existencia y ahí es donde nos cautiva.
Así las series del presente son un reflejo de la sociedad, se retroalimentan de ella, de su cotidianeidad y preocupaciones contemporáneas:
Friends = los vínculos sentimentales y la aspiración burguesa; The walking dead = la “naturaleza humana”, formas de organización comunitaria, dominio y el poder; Stranger things = nostalgia, consumo irónico, un meta pastiche igual que el que vemos en publicidades, cine, moda, internet, etc.
Las series del presente educan, moldean, forman y reforman, reafirman valores y hábitos sociales, nos hacen creer en el bien y el mal, en el amor verdadero, en la familia, en los héroes, en los personajes y en las personalidades. Al igual que las obras de teatro griego eran una forma de aprender a “vivir”, las series de la actualidad enseñan a tener fe en el progreso, en la narrativa individual y colectiva, en la temporalidad como algo divisible y en la espacialidad como algo escenificado. Cada día de la vida un capítulo, cada año una temporada, cada amigo un personaje, cada conversación un diálogo, cada muerte un personaje que finalizó su contrato.
10 horas de líneas de tiza es la primera serie del futuro. Arroja múltiples líneas hacia todas partes. En el medio se topa con todos esos monolitos que cargan de significado nuestra existencia y que están arraigados, enraizados a nuestra cultura. Su deber no es atravesarlos o derribarlos, sino más bien pasarle por los costados transversalmente, bañarlos y chorrear líneas por todas partes. Trazar diagonales, que eviten el paralelismo y que busquen irradiar nuevos modos y maneras de entender la experiencia individual y colectiva.
Las series del futuro son en realidad niveles de intensidades y velocidades en una dimensión desprovista de narración. Niegan la construcción individual (la caracterización, “el personaje”). Las series del futuro son ecceidades.*
“Ecce Homo es formidable, es uno de los libros más bellos del mundo. La manera en que Nietzsche habla de las estaciones, de los climas, de la dietética, quiere decirnos todo el tiempo “No soy una persona, no me traten como a una persona, no soy un sujeto, no intenten formarme” (...) No quiere educación sentimental, lo que le interesa son las ecceidades y las composiciones de intensidades. Y él se ve como un conjunto de ecceidades”
Negan
En esta negación de la construcción de una identidad individual arraigada o ensimismada se traza una línea punteada hacia el anonimato y la desaparición de la individualidad como valor principal. La misma línea que traza el profesor de geometría/aritmética/física/matemática en 10 horas de líneas de tiza al mostrarnos solamente su nuca. ¿En qué momento y a quién le enseña? los alumnos están completamente ausentes al igual que la temporalidad de la clase, estamos ante la presencia únicamente del sonido de la tiza percutiendo la pizarra, las reglas gigantes que sostiene el profesor y el zumbido de la filmación como nexo entre cientos de secuencias. El profesor une elementos graficando líneas sobre la pizarra, une esquemas, fórmulas, diagramas, los hace interactuar, los hace entrar en una relación de intercambio de intensidades, cada objeto presente en la pizarra da y recibe algo. 10 horas de líneas de tiza es la versión “vaciada” de Merlí: en ambas hay un profesor en el rol protagónico, pero en el video el profesor no es un personaje (un héroe), no se desarrolla, no cambia ni progresa o evoluciona. Solo traza líneas, no hay estudiantes, no hay vínculos, no hay drama, no hay desarrollo, no hay transmisión de experiencia, no hay moraleja, no hay muerte, no hay amor verdadero, no hay pasiones, no hay sentimentalidad. No hay principio - nudo - desenlace. Las 10 horas son solo un extracto de una temporalidad, en realidad, eterna.
Lo que sí hay es ritmo, ritmo como el de las mareas que chocan contra las piedras de día y de noche, las marcan y erosionan como las tizas y el pizarrón se erosionan entre sí creando patrones percusivos entrecortados, se crean ritmos, ahí, en la sucesión de distintos colores y diseños de puloveres, en la sucesión de líneas trazadas, en la repetición y en la novedad, en el desplazamiento lateral a lo largo de la pizarra de izquierda a derecha y de derecha a izquierda llevando y trayendo líneas. El desplazamiento lateral, reemplaza a la profundidad de campo, la acción se vuelve bidimensional y se desplaza como una ameba sobre un vidrio para que un microscopio la observe. En la profundidad yacían las capas de la narración, la profundidad de la historia, de los personajes, de la trama… en el movimiento lateral yace la experiencia sobre el plano y la interacción pura de los elementos.
Pero también hay una enseñanza y es la que se transmite a través de coreografías y movimiento de brazos del profesor, donde en lugar de enseñarnos a ser individuos individualizados que se narran a sí mismos y al resto, nos enseña a ser objetos colisionando con otros objetos, dejando algo y tomando algo, intercambiando estados, siendo unidos por líneas que aparecen y desaparecen una y otra vez. Nos enseña a cambiar de forma como las nubes cuando el viento sopla y las lleva a agruparse con otras nubes para luego disiparse otra vez; a cristalizarnos por años como las garrapatas a la espera de que pase algún animal para dejarnos caer sobre su lomo en busca de alimento y abrigo. Hay una enseñanza que permanece jeroglífica que se esconde entre cada gesto, cada paso y cada ritmo producido por la tiza que repiquetea contra el pizarrón. La que nos conduce a abandonar la historia propia de la educación sentimental y a convertirnos, lentamente, en objetos unidos por líneas.
*Deleuze, G. “Derrames, entre el capitalismo y la esquizofrenia”. Cactus, Buenos Aires, 2005.